El amor no es más que una experiencia de vida independiente a las personas que amamos, considerando siempre que una experiencia de vida tiene la particularidad de modificar. Amar, por tanto, es modificar nuestra vida, aprender y en ningún caso aprehender.
Las personas pasan las experiencias quedan "ahí" (no sé bien donde es "ahí"...ahí en el tiempo, ahí en el espacio, ahí en la vida, ahí en el cerebro como complejas conexiones neuronales, no lo sé, pero sé que ahí quedan) ocultas en nuestros pensamientos al igual que los deseos, las ansias que alguna vez nos produjeron, el momento que alguna vez iluminaron, los sueños que alguna vez nos revelaron, las miradas que alguna vez nos penetraron y dejaron "ahí" un sentimiento o una emoción. La forma en que estas características se coordinan para dejar una huella, pequeña o profunda, visible o dispersa, pero una huella al fin y al cabo, una huella que provoca un cambio, quizá mínimo y quizá inconsciente, pero un cambio que a veces te deja sin respiración, nublada, sonriente, extraña, armónica quizás... el calificativo no es "digital", es más bien biológico, un sinfín de hormonas y neurotransmisores que coreográficamente comienzan su fiesta en tu cuerpo y te remiten a un lugar espacialmente indefinido, que solo tú conoces, al que solo tú podrías llegar. Es en este momento cuando nos damos cuenta que estamos amando, cuando sentimos en nuestro cuerpo esa indescriptible sensación de trance similar un sueño que al despertar lógicamente se acaba y queda claro o difuso grabado ahí, donde duele o donde alivia, donde provoca…